Desde la paz firmada con Graco por las ciudades celtibéricas del valle del Ebro (179 a.C.), la situación económica y social interna de los celtíberos se fue agravando por la constante presión y abusos de los administradores romanos. Todo ello llevó a una situación insostenible, que ocasionó un gran levantamiento de lusitanos y celtíberos, independientemente, en el 154 a.C.
En este momento la zona controlada por Roma no sobrepasaba Segeda (El Poyo de Mara, Zaragoza), al sur del Moncayo, ni Arecoratas (Muro, en Soria, después refundada como Augustobriga), al norte de este monte; a ellas se les había concedido el derecho de acuñar moneda de plata, y representaban los apoyos romanos para seguir la conquista.
La línea de frontera mantenida hasta entonces se desplazó hacia el Alto Tajo-Jalón y Alto Duero, a partir del 154 a. C., con el inicio de las guerras celtibéricas, que se desarrollaron en dos fases: una primera del 153 al 151 a.C., y una segunda, cuyo centro fue Numancia, por ello se denominan “numantinas”, entre el 143 y el 133 a.C., que concluyó con la destrucción de la ciudad.