Además de las defensas naturales (elevación y farallones rocosos como límite de los asentamientos), se construyeron potentes sistemas defensivos artificiales, que se iniciaban con la excavación del foso de anchura y profundidad variable, utilizado como cantera para extraer la piedra que se empleaba en la construcción de la muralla, y sólo posteriormente se procedía a la edificación de las unidades de habitación.
Las sólidas y pétreas murallas alcanzaban al menos 2 m de anchura y 4 m de altura. Por delante del foso se disponía uno de los elementos disuasorios más peculiares, una densa barrera de piedras puntiagudas hincadas en el suelo, cuya finalidad era desestabilizar a los atacantes. Algunos castros completaban su defensa con el refuerzo de torreones o torres.
La inversión de trabajo y tiempo realizada para la construcción de estas potentes defensas no parece estar de acuerdo con las dimensiones mínimas de sus ambientes domésticos a proteger, dándose, además, la circunstancia de que a veces no se ocupa toda la superficie interna, dejando espacio habitable para el futuro, lo que es buena muestra de la voluntad de permanencia de las comunidades que los habitan.
Por otro lado, existe información arqueológica que muestra como en la planificación del poblado la muralla era lo primero que se construía, como tarea colectiva, como obra común que indica su importancia como elemento de cohesión e identificación social, para compensar las tendencias disgregadoras de los grupos familiares.