Desde Numancia, corazón de la celtiberia ulterior, alcanzamos a dominar estratégicamente una amplia llanura de extensos campos, salpicados de cerros de escasa altura y a lo lejos pequeños pueblos pardos, que tienen como fondo las oscuras y sinuosas masas de la sierra que limitan semicircularmente el espacio, a modo de circo, coronado por las altas elevaciones del Sistema Ibérico.
Entre las Sierras de Urbión por occidente, pasando por las de Cebollera, Piqueras y Oncala, hasta las cimas del Moncayo, al oriente, se establece una intensa comunicación entre la llanura y la montaña, de la que depende el clima, las tormentas y el deshielo de la primavera.
Se observa una clara diferencia entre los rebordes montañosos y la zona central ocupada por el río que, nacido en Urbión y todavía joven, baña el centro de estas tierras; es el "Durius" de la antigüedad, que los mercaderes, como cuenta Apiano, remontaban en pequeñas barcas para abastecer de vino y cereal al Alto Duero. Sólo a partir de Gormaz, junto al Duero, se dan las únicas tierras con posibilidad de regadío.
Si subimos al Moncayo, el “monte sagrado”, desde donde se domina toda la Celtiberia, podemos vislumbrar las tierras del Jalón, que hacen de intermediarias entre el valle del Ebro y el Duero, a modo de umbral que da acceso a la Meseta, a través de una pronunciada escalera de unos doscientos metros de desnivel.